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LA HISTORIA DE MI VIDA: FUI UNA LIBÉLULA

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Mensaje  LIBELLULASMAN Jue Jun 17, 2010 1:14 pm

LA HISTORIA DE MI VIDA: FUI UNA LIBÉLULA

Mi mamá fue atrapada agresivamente por el cuello por mi papá: en pleno vuelo, los apéndices anales de él se insertaron en la parte trasera del pronoto de ella.

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Fue el comienzo de una historia de amor convulsa y rápida

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pero tremendamente eficaz porque nacimos casi cien hermanos de los más de 200 huevos que mi mamá colocó con su ovipositor en unas ramitas que flotaban en la superficie de la charca por donde volaban.

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A los pocos días nací yo y me di cuenta de que debía comer y procurar no ser comido: tenía que alimentarme rápidamente para acelerar mi crecimiento, ya que surgí un poco tarde y el potente calor del sol del verano evaporaba el agua de mi charca. Cuanto más rápido devorara presas, más posibilidades tenía de no ser deshidratado por el incipiente sol.

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Así pues, comí larvas de mosquitos y pequeños renacuajos cuando fui jovencito; a medida que crecía, mis presas eran un poco mayores: larvas de neurópteros, pequeños sapillos y peces y, lamentablemente, alguno de mis hermanos y primos que habían crecido menos que yo o que no se anduvieron tan listos como para no ser comidos.
Por fin me vi preparado para poder abandonar el líquido elemento que me había servido de hogar durante las pocas semanas de vida que yo tenía: mi crecimiento fue adecuado y mis vainas alares (pterotecas) estaban ya muy separadas, y ahora debía acostumbrarme a respirar un fluido diferente al que me había servido de hogar: el aire. Durante tres o cuatro días me acercaba a la orilla de la charca con mucho cuidado y salía del agua a aspirar ese nuevo sistema desconocido y extraño para mí; cuando no aguantaba más, volvía al agua y esperaba escondido hasta el día posterior. Me acostumbré por fin a respirar aire y decidí que a la mañana siguiente cuando el agua estuviera caliente (señal de que el sol ya estaba aumentando la temperatura fuera) saldría a abandonar mi última muda ninfal dejándola pegada a la pared del dique de la charca que me iba a servir de asidero. Todo fue a las mil maravillas: me acerqué a la parte de la pared sumergida con mucho recato para no ser devorado en el último suspiro de mi vida acuática y comencé a ascender cual himalayista humano por la vertical pared. A unos pocos centímetros por encima de la superficie, me paré y enganché mis doce garfios (dos por cada pata) en un lugar rugoso y perfecto para comenzar mi emergencia. Hice acopio de todas mis fuerzas y comencé a empujar con la parte superior de mi tórax la muda a fin de romperla; no me resultó complicado y se rajó longitudinalmente desde mi occipucio hasta mis pequeñas alas;

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el punto más complicado y comprometido de mi emergencia pude solventarlo con gran esfuerzo: conseguí sacar mi tórax y seguidamente mi cabeza sin cometer ningún error fatal. Sólo me quedaba extraer lentamente mi encogido abdomen

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y empezar a insuflar mi hemolinfa hacia él y hacia mis encogidas alas a través de las venas alares. ¡Un éxito! No tuve ninguna contrariedad y sólo me quedaba esperar a que el sol y el aire hicieran madurar mi blandito exoesqueleto.

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Pero tuve mala suerte y una minúscula hormiga pasó tan cerca de mí que pudo olfatearme con sus antenas; rápidamente se abalanzó sobre mi cuello y me inyectó una dosis de ácido fórmico con sus mandíbulas.

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Intenté librarme de sus poderosas pinzas, pero me resultó del todo imposible y mi agitación y los mensajes químicos lanzados por mi atacante, hicieron que rápidamente acudieran varias hormigas más que inocularon varias dosis de su veneno en mi desprotegido cuerpo.

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Ese fue mi fin. Mis padres me crearon para perpetuar la especie: yo no pude cumplir con mi cometido y de un extraordinario cazador acuático y uno de los mejores cazadores aéreos de la naturaleza en potencia, me convertí en una presa fácil de las hormigas.
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