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EL AMOR MATA: HISTORIA DE UNA DULCE MUERTE

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Mensaje  Enrique Aguilar Lun Nov 15, 2010 6:35 pm

Durante los últimos años, he ido captando los momentos de la vida natural que pasaban por el diminuto mundo que puedo ver a través del visor de mi cámara de fotos. A pesar de poder disfrutar desde esta pequeña ventana hay veces, en ese continuo agacharte y volverte a agachar, que al intentar fotografiar un momento especial en la vida de las libélulas descubres esa fotografía con la que habías soñado largo tiempo: di con una cópula de Enallagma cyathigerum y fui capaz de comprobar el estrés unido al frenesí sexual que sufren los zigópteros en esos sus momentos de pasión. Por si no fuera poca la labor que deben de realizar estos delicados animales de patrullar entre la vegetación para comer y no ser comido, buscar al mismo tiempo una hembra para aparearse, asirla con sus apéndices anales por el “cuello”, arrastrarla volando en ”tándem” (no sé como son capaces de sincronizar sus movimientos en vuelo, con lo difícil que nos resulta a los humanos establecer tan siquiera un plan de compras en pareja, por ejemplo) para encontrar una hierba lo suficientemente rígida y segura que les permita a ambos apasionados odonatos los contorsionismos necesarios para el acoplamiento y la cópula, tienen además que evitar a los incómodos machos que, atraídos seguramente por las feromonas femeninas, acosan a la pareja sin dejarles disfrutar de su momento íntimo…

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Como otro mirón inoportuno observaba yo las vicisitudes de las parejas de zigópteros, siguiendo en este caso una de Coenagrion puella, cuando percibí algo extraño a través del visor de mi cámara: el tándem se había posado sobre una amarillenta hoja de zarza pero, de inmediato, el macho había soltado a la hembra para posarse a unos centímetros de ella quedando ésta en una postura rara y antinatural, ya que su tórax rodeaba la hoja por debajo y ella permanecía en un equilibrio inestable.

Cuando conseguí enfocar, comprendí lo que había ocurrido: una araña cangrejo (Misumena vatia), camuflada y oculta seguramente en el envés de la hoja seca de zarza utilizada por la amatoria pareja, se había abalanzado sobre ellos en el momento de posarse consiguiendo el arácnido enganchar a la hembra, oportunidad que aprovechó el macho para soltarla y colocarse en lugar seguro. ¡Qué susto se debió de dar y qué jarro de agua fría para un momento tan intenso y delicado!

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Mientras la desventurada hembra apenas se movía como consecuencia seguramente de la parálisis que le producía el veneno de la araña por cuyos quelíceros lo había introducido bajo su tórax,

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el irresistible impulso sexual que experimentaban los machos de alrededor, embriagados por el “olor a hembra disponible” y engañados por la aparente soledad del zigóptero, ya que el depredador seguía camuflado con parte de su anatomía bajo la hoja, les hacía precipitarse ciegamente sobre ella con inusitado frenesí para cumplir con su mandato genético: fecundar todas las hembras que les fuera posible.

El instinto cazador de la araña hacía que sus patas delanteras se dispararan cada vez que un nuevo incauto caía en la trampa originada por la “hembra disponible”. Con los quelíceros ocupados, la Misumena no podía hacer otra cosa que atrapar a una nueva víctima pero sin poder inmovilizarla. Creo recordar que en algo más de cinco minutos fueron tres los machos capturados; uno de ellos tenía la punta de una pata del arácnido introducida en la inserción de las alas

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y los otros dos acabaron con sus alas perforadas por las extremidades de la araña.

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Sin veneno disponible y gracias a los esfuerzos por soltarse, todos los machos consiguieron huir sin grandes destrozos en su cuerpo, mientras la desafortunada hembra se movía cada vez más lentamente disipando por instantes su agonía mortal. En una superficie tan pequeña como la mano de un niño, acababa de presenciar dos de las grandes fuerzas inherentes a la vida: el instinto sexual y el instinto de conservación. La biodiversidad de nuestro planeta es tan grande que este binomio vida-muerte se produce constantemente, en todos los medios y a todas las escalas; el tiburón y la foca, el leopardo y la gacela, el halcón y la paloma, el glóbulo blanco y la bacteria…

Para que la función procreadora, que no tiene ninguna ventaja intrínseca e inmediata para el individuo pero que es indispensable para la especie, nos fuera atractiva tuvo la vida que inventarse el “caramelo” del sexo, algo que nos puede hacer perder la cabeza (y hasta la vida) en ocasiones.

El amor, a veces, mata.




Enrique Aguilar

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